Los tintos son los señores indiscutibles de la gastronomía. Son vinos de muy distintas cualidades, desde los
ordinarios que en toda Europa se sirven
tradicionalmente con la comida diaria, hasta
los grandes y nobles caldos de fama universal, cosechados
en cantidades muy reducidas, envejecidos durante años en prestigiosas bodegas, y reservados para muy señaladas
ocasiones. Sus edades también varían mucho. Pueden ser vinos muy jóvenes (el
beaujolais francés llega a los restaurantes franceses, con una expectación que se reproduce cada año, a los pocos meses de la vendimia), o vinos viejísimos.
Los vinos jóvenes, siempre más frescos y
fragantes, se sirven a temperatura ambiente,
pero sin sobrepasar los 18 grados
centígrados. Los vinos tintos de categoría requieren una temperatura algo más elevada, en torno a los 22
grados. La mayoría de los tintos, en
general, requieren una temperatura intermedia,
unos veinte grados.
La razón por la que se
recomiendan estas temperaturas (chambré, en el vocabulario enológico francés
aceptado en todo el mundo) es simple. Al
aumentar la temperatura del vino se
liberan sus aromas, lo que permite acompañar con ellos platos de sabor muy acentuado, como suelen ser los de carne, sin
que por ello quede dominado el sabor del vino.
Lo que nunca debe hacerse
para lograr este punto de temperatura es
calentar el vino. Por el contrario, hay que dejar que adquiera poco a poco la temperatura ambiente, sacándolo de la bodega con algunos días de anticipación. Un
calentamiento brusco estropea el
sabor y destruye la armonía del vino.
Una botella de vino
envejecido debe ser tratada con el cuidado
que merece. Los movimientos bruscos removerán los posos que inevitablemente se han ido formando con el paso del tiempo. Estos vinos deben ser descorchados
algunas horas antes de servirlos, con el
fin de que se oxigenen y liberen todos sus
aromas. Cuando se trate de un vino verdaderamente noble, entonces valdrá la pena trasladarlo de la botella a un jarro de vidrio (evitando, por cierto, transvasar
también los posos), para que se decante y se
oxigene perfectamente.
Para armonizar los vinos
tintos con las distintas viandas, la regla
de oro será siempre la del equilibrio. Equilibrio cuyo secreto es, en definitiva, sencillo: ni el alimento
debe avasallar por la intensidad de su
sabor la fragilidad y ligereza de un vino joven, ni se puede dejar un noble vino viejo a merced de un
alimento de menor nobleza gastronómica o de sabor, aun, que exquisito, demasiado matizado.
Así, las aves, incluyendo
también aves nobles en gastronomía como el faisán y la pintada, casarán con
vinos jóvenes, o incluso medianamente
envejecidos. Por el contrario, las carnes
rojas y la caza exigirán siempre grandes vinos viejos, robustos, perfectamente hechos, y tanto más aristocráticos, cuanto lo exija la calidad de las
viandas, el arte de las recetas y la magnitud de la ocasión.
Las grandes regiones
vinícolas del tinto se extienden por las granjas templadas de los dos
hemisferios.
En España, viene en primer lugar la Rioja, con vinos
que a partir de los tres
años empiezan a adquirir sus mejores calidades. También en Castilla (el famoso
Vega-Sicilia procede de una pequeña comarca de la provincia de Valladolid), en
la Mancha (Valdepeñas) y en Cataluña (Penedés, Priorato), se cosechan
magníficos vinos tintos.
En Italia, otro de los grandes países vinícolas del mundo,
la industria presenta características muy peculiares, derivadas en gran parte
del hecho de que los vinos italianos se suelen consumir jóvenes, al segundo o
tercer año de la vendimia, pues no se prestan al envejecimiento. Por eso los
vinos italianos casi nunca llevan en la etiqueta el año de la cosecha, primer
detalle que, en cambio, buscan los aficionados en las botellas de vinos
españoles y franceses. El principio de armonía, de equilibrio, tiene aquí una
prueba irrefutable: el vino italiano (un chianti, un frascati) nunca es mejor
que cuando acompaña alguna comida clásica de la cocina tradicional italiana,
en especial las pastas (otro tanto se puede decir de la notable armonía,
insustituible, entre la cocina tradicional alemana y la cerveza).
Los vinos tintos franceses gozan de merecida estima en todo
el mundo. Dos grandes zonas, Burdeos y Borgoña, se reparten el grueso de la
producción francesa, y de ellas proceden la mayoría de los grandes caldos. En
una y otra región, la producción se encuentra extraordinariamente diversificada
en pequeñas subzonas, municipios y cháteaux, cada una de las cuales confiere
matices personalísimos y diversos a cada vino.
En América, tanto Argentina como Chile son productores de buenos
vinos tintos. A estos dos países viene a sumarse de nuevo México, donde un
concienzudo y decidido relanzamiento de la producción vinícola está poniendo
de manifiesto las extraordinarias posibilidades de algunas comarcas del país.
El vino tinto se sirve hasta llenar la mitad de la copa, sin
sobrepasarla. Conviene inclinar la copa y darle vueltas para que todas sus
paredes se humedezcan hasta el borde, aumentando así la superficie de
oxigenación del vino, que liberará entonces todo su aroma.
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